miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA DECLARACIÓN DE MANHATTAN



















Fuente: http://www.noticiasglobales.org/comunicacionDetalle.asp?Id=1298

LA DECLARACIÓN DE MANHATTAN

El 20 de noviembre se conoció oficialmente la llamada Declaración de Manhattan, firmada por 152 representantes de la Iglesia Católica, de confesiones protestantes y de las Iglesias orientales separadas de Roma. La declaración, que muestra un frente unido contra las políticas del Presidente Obama contrarias al orden natural, fue calificada como un documento trascendental por diversos motivos: es una manifestación clara de unidad de los cristianos en cuestiones trascendentales; orienta sin dar lugar a dudas la conducta de los fieles cristianos en defensa de la ley natural; y porque avala el “ecumenismo de trinchera”, que es una realidad desde hace años en los Estados Unidos.


Aborto: la infame sentencia

El primer apartado señala, entre otras cosas, que a pesar de que en la opinión pública prevalece la opinión pro-vida, “observamos con tristeza que la ideología pro-aborto prevalece hoy en día en nuestro gobierno. La administración actual está dirigida y compuesta por aquellos que pretenden legalizar el aborto en cualquier etapa del embarazo. (…) Mayorías en ambas cámaras del Congreso sostienen puntos de vista pro-aborto. El Tribunal Supremo, cuya infame sentencia de 1973, Roe v. Wade, despojó a los no nacidos de protección jurídica, sigue tratando a la elección de abortar como un derecho constitucional fundamental (…) El Presidente dice que quiere reducir la ‘necesidad’ del aborto, un objetivo loable. Pero también se ha comprometido a hacer el aborto más fácil y ampliamente disponible mediante la eliminación de las leyes que prohíben la financiación de éste por parte del gobierno, los períodos de espera que se exigen a las mujeres que solicitan abortos, y la notificación a los padres para los abortos practicados a las menores. La eliminación de estas importantes y eficaces leyes pro-vida hace suponer razonablemente que aumentará significativamente el número de abortos voluntarios. (…) Nuestro compromiso con la santidad de la vida no es una cuestión de lealtad partidaria, ya que reconocemos que treinta y seis años después de Roe v. Wade, funcionarios electos y nombrados por ambos partidos políticos han sido cómplices en dar la sanción legal a lo que el Papa Juan Pablo II describió como ‘la cultura de la muerte’. Instamos a todos los funcionarios en nuestro país, elegidos y designados, a proteger y servir a todos los miembros de nuestra la sociedad, incluidos los más marginados, los que no tiene voz, y los más vulnerables de entre nosotros”.

“La cultura de la muerte -sigue diciendo la Declaración- inevitablemente, abarata la vida en todas sus etapas”. Así se crean las condiciones para desechar a los “imperfectos”. “El abaratamiento de la vida que comenzó con el aborto ha hecho metástasis. (…) El Presidente y muchos legisladores apoyan la investigación con embriones y quieren financiar con dinero público la ‘clonación terapéutica’”, cuyo resultado será la producción industrial y muerte de millones de embriones humanos, para obtener células madre.


La vida indigna de ser vivida

“En el otro extremo de la vida, un movimiento cada vez más poderoso promueve el suicidio asistido y la eutanasia ‘voluntaria’ amenazando la vida de las personas vulnerables, los ancianos y los discapacitados”. Advierte la declaración que puede resucitar la doctrina de la lebensunwertes Leben (vida indigna de vivir), que contagió a los ambientes intelectuales de América y Europa en la década de 1920 y que se daba por enterrada después de los horrores de mitad del siglo XX. “La única diferencia es que ahora las doctrinas de los eugenistas se visten con el lenguaje de la ‘libertad’, ‘autonomía’ y ‘elección’”. (…)

Concluye este apartado de la Declaración, diciendo: “Nuestra preocupación no se limita a nuestra propia nación. En todo el mundo, somos testigos de casos de genocidio y de ‘limpieza étnica’, de la no asistencia a los que sufren como víctimas inocentes de la guerra, del abandono y el abuso de los niños, de la explotación de trabajadores vulnerables (…)” Estas tragedias, siendo éticamente coherentes hemos de reconocer que “se derivan de la pérdida del sentido de la dignidad de la persona humana y la santidad de la vida humana, lo mismo que está en la raíz de la industria del aborto y de los movimientos que alientan el suicidio asistido, la eutanasia y la clonación humana para la investigación biomédica”.

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