martes, 23 de junio de 2015

¿Qué está usted haciendo?


Desde lo alto del montículo se tenía una perspectiva excelente de todos los trabajos de construcción. Los andamios de madera ya alcanzaban una considerable altura. Me acerqué pausadamente a un grupo de canteros que se encargaban de los bloques y sillares de piedra. 



Les iban dando forma. La forma necesaria y precisa para el lugar que debía ocupar cada una. Un capataz de aspecto enérgico daba órdenes aquí y allá. Después de un rato observando me acerqué a uno de los obreros. Su rostro parecía tan duro como la misma piedra. Había en su expresión un rictus de contrariedad o de enfado. Con cierta prevención me dirigí a él preguntándole: "¿Señor, puede decirme qué es lo que está usted haciendo?". Se irguió con rapidez y clavó en mí sus ojos negros con una clara muestra de disgusto. Parecía que no iba a contestarme pero finalmente masculló unas palabras: "¿Acaso no lo ve? Estoy picando piedra". Y con rabia volvió a descargar su martillo contra el sillar sobre el que estaba trabajando. Me alejé un poco y seguí mezclándome entre aquellos obreros. Me llamó la atención especialmente uno de bastante edad y que sin embargo era un prodigio de energía. En éste, su rostro, a pesar de las arrugas y una

piel que parecía acartonada y ajada por el sol, expresaba una sensación de grandeza. Se le veía concentrado en lo que hacía. Cuando estuve suficientemente cerca me miró un instante y me regaló una amigable sonrisa antes de seguir golpeando con el martillo y el cincel. Y sin dejar de golpear fue él quien me dirigió primero la palabra diciendo: "¿Cómo está? ¿Viendo como avanzan las obras?". Le respondí que efectivamente eso estaba haciendo. Y entonces le hice a él también la misma pregunta que al otro obrero: "Y usted ¿qué está haciendo buen hombre?". Se sonrió. No levantó siquiera su mirada. Sus manos seguían tallando la piedra. Me pareció que su rostro se iluminaba de alegría y me dijo: "¿Que qué estoy haciendo? ¡Una catedral!


Sí, aquel hombre era un gran hombre. Era consciente de la importancia de lo que hacía. Su mirada no se detenía simplemente en lo inmediato y fatigoso de golpear a martillo y cincel el duro sillar de piedra. Aquel hombre veía más allá. Aquel hombre veía ya el término, el fin de lo que estaba haciendo. En la mente de aquel viejo y recio obrero, y más aún, en su corazón, no había una piedra sino una catedral.


Cada día, cuando nosotros nos disponemos a comenzar una nueva jornada podemos tener una de las dos actitudes de estos dos hombres. Podemos mirar lo que hay delante de nosotros con amargura, con enojo, rabia y cortedad de vista, o podemos sentir la alegría que proporciona el mirar más allá y sentir el gozo de que estamos haciendo algo muy grande, algo para Dios y para los demás. Cada día podemos o simplemente picar piedra o hacer una catedral.