miércoles, 16 de septiembre de 2015

El Toro de la Vega


Quienes defienden a un toro y se oponen al maltrato animal, no tienen inconveniente en apedrear a quienes lo están maltratando. Es decir, defienden al animal del maltrato maltratando a otro animal, en este caso, de la misma especie. Es decir, una grave contradicción. Sería como defender a los pollos para que no salgan en una fuente a la mesa del comedor mientras practican el canibalismo.

Los animalistas dicen: “Lancear a un toro es una salvajada propia de la incultura, del fanatismo y de la barbarie de gente”. Y si se les responde que nadie les obliga a ellos a hacerlo y que dejen a los demás decidir sobre sus tradiciones, responderán que no se puede tolerar y que se tiene que prohibir porque nada justifica ese maltrato. Pero entonces, ¿por qué no argumentar así con respecto a los niños que sufren el aborto? No se puede consentir que un toro de 600 kilos sea lanceado pero sí que un niño indefenso de 600 gramos sea troceado por un bisturí. Hay que escuchar el clamor de mil personas que se oponen a la muerte de un toro en Tordesillas pero el clamor de cientos de miles de personas varias veces al año oponiéndose a la tortura y muerte de más de 120 mil abortos cada año no merece que sea escuchado.


Mientras los animalistas no tengan más sensibilidad por los animales de la misma especie o al menos la misma no serán más que unos hipócritas incoherentes.