lunes, 21 de diciembre de 2009

LOS OBISPOS Y SU RESPONSABILIDAD


Perros mudos

Por Alejandro Vidal

Es triste comprobar que nuestros obispos han sido y aún hoy siguen siendo perros mudos. En ellos se cumplen estas palabras de un santo y gran Papa:

«El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan». (San Gregorio Magno, Regla Pastoral, 2, 4).

Sí, nuestros obispos han ladrado tarde. Tarde y acomplejados. Acomplejados y no muy fuerte. No muy fuerte y mirando de reojo para ver hasta dónde había alguna reacción. No, no son guardianes fieles de la fe y del Evangelio de la Vida. No, no velan por las ovejas que mueren a un lado y a otro por las dentelladas de la jauría de lobos rapaces que causan estrago. Es cierto que son algo mejores que aquellos a los que sólo les importaba el cargo y los honores, el boato y la pompa, el poder y la gloria. Gran parte de ellos, además de esto, procuran, si es posible, es decir, si es compatible con seguir en sus poltronas episcopales, y con la mitra calada, dar algún que otro aviso u orientación. Pero sin pasarse. Sin exagerar. Más que nada para que no se diga por parte de los fieles que no lo hacen. Es decir, por cumplir. Pero si hay riesgo, si se atisba algún peligro en el horizonte o este es demasiado grande —para ellos, claro—, entonces mucho mejor cerrar la boca y no molestar a nadie. Se mira para otro lado y se dice lo de “to er mundo eh güeno”. Y claro, con ese modo de proceder ahí están las consecuencias.

Han cultivado una caridad sin verdad y, como nos ha recordado Benedicto XVI, la verdadera caridad, sin verdad, no es posible. Esa pseudo-caridad de muchos de nuestros pastores les ha llevado a ser ¡tan caritativos! que, por exceso, han dejado de serlo. Han confundido el pecado con el pecador y en su afán de “a caridad a mí no me gana nadie”, han querido ser “caritativos hasta con los lobos” que atacaban el rebaño. —“Pasen, pasen, señores lobos, no tengan miedo y sírvanse ustedes mismos. ¿Cómo no vamos a ser amigos?” —parecen haber dicho.

Y ahora están entre la espada y la pared o, dicho con más realismo, “con el culo al aire”. Por una parte sus amigos, los lobos, les reprochan el que les dirijan ahora algún que otro y tímido ladrido. Más aún, les amenazan y les dan lecciones teológicas de qué es y cómo se ha de ejercer el episcopado y cuáles son los asuntos de los que se tienen que preocupar y aquellos en los que no deben entrometerse. Y ellos ahí, achantados, asustados, acomplejados… acojonados, con más miedo que hambre. De otro lado, los fieles se ven confundidos, desorientados, perplejos, agotados… hartos. Muchos de ellos indignados… y con razón. ¡A buenas horas, mangas verdes! Hace años, ¡años!, que os estábamos pidiendo firmeza, coraje, valentía, una palabra clarificadora, llamar a las cosas por su nombre y nada. Silencio. Un silencio traidor y canalla que permitía que tantos y tantos fueran cayendo en el camino. Pero eso, a vosotros poco os importaba. No, no se puede servir a dos señores. No se puede servir a Dios y al diablo. No se puede servir al Evangelio y al mundo. No se puede agradar a los lobos y a los ovejas. Os habéis equivocado. No, no se puede vestir la púrpura cardenalicia y abrazar al presumido santón laico y socialistoide que públicamente arremete contra la fe y la moral católica y apoya la muerte de los inocentes. No se puede ser un Ilustrísimo Señor Cardenal mientras se condena con una mano el aborto y con la otra se da la Sagrada Comunión a quien financia abortos y la píldora del día después con dinero público, subvenciona las cabalgatas del orgullo gay y realiza matrimonios homosexuales. Eso no es posible. O mejor dicho, eso no es moralmente aceptable porque, por desgracia, es lo que están haciendo.

Me quieren decir ¿cómo diantres va el pueblo sencillo a entender eso? ¿Cómo queréis que ahora, aquellos a los que vosotros mismos habéis confundido y desorientado sepan qué hacer y a dónde acudir? ¿Cómo pretendéis que ahora, el pueblo fiel os reconozca como guardianes de la fe y la moral, a vosotros, que os habéis excusado continuamente con el parapeto de la “prudencia humana” que no es en el fondo más que el interés terreno y la falta de confianza en Dios, para cerrar la boca y no decir nada permaneciendo mudos ante el cruel y despiadado ataque de los lobos?

Pero si sois vosotros, ¡vosotros!, los que habéis creado esta situación, los que habéis invitado a entrar a los lobos y campar a sus anchas. Sois vosotros, ¡sinvergüenzas! los que habéis alentado la desafección de tantos, la desobediencia del clero, la incoherencia de muchos, el desaliento y hastío de los buenos. Sois vosotros, ¡cobardes!, los que habéis contribuido a la dispersión, a la muerte por inanición, de aquellos a los que se os había encomendado. Sois vosotros, ¡rufianes!, quienes habéis puesto en las cátedras de teología a los herejes, los que habéis consentido la politización de la iglesia con el nacionalismo, los que habéis vapuleado la liturgia, y hecho más con vuestro silencio en contra de la familia, por no decir que, algunos de vosotros, habéis incluso aplaudido y azuzado a los lobos contra algunas ovejas que advertían del peligro.

¿Y ahora venís con medias tintas? ¿Ahora venís con complejos, con ladridos de caniche castrado? Lo primero que tendríais que hacer es entonar un rotundo, grande y estruendoso “mea culpa” y pedir perdón, alto y claro, por tanta traición, por tanto silencio, por tanta incoherencia, por tanto miedo, por tanta bajeza. No pretendáis ganaros la confianza de los fieles haciendo como si vosotros hubierais sido siempre fieles y os hubierais comportado como debíais porque no es así. Ni siquiera ahora es así. De modo que no se puede esperar coherencia de los fieles mientras entre vosotros mantengáis la incoherencia. Tenéis que reconocer que lo habéis hecho mal, muy mal, horriblemente mal, fatal. Tenéis que reconocer que no habéis sido fieles; que os las habéis tragado como puños; que sois los primeros y grandes responsables, por acción u omisión, de lo que hoy sucede. Y después, sólo después de reconocer vuestros errores y responsabilidad, entonces sí, una vez que hayáis reconocido todo eso, entonces ¡sed valientes! ¡Ladrad! Pero ladrad fuerte, ¡cojones! Más aún: ¡rugid con la fuerza de cien mil leones, por Dios Santo y Bendito! Y jugaros la vida en defensa de aquellos que se os han confiado. No metafóricamente sino de verdad. Y si no tenéis valor para ello, entonces renunciad porque no sois dignos de seguir en el puesto que ocupáis y cada segundo que permanecéis en él estáis haciendo un gran daño a la Iglesia.

La situación ya es insostenible. Esto ya ha alcanzado su límite. Esto ya no da más de sí. No caben más componendas. No caben más estúpidos argumentos del “mal menor”. No cabe más el tener una vela encendida a Dios y otra a diablo. Basta ya de la prudencia que no es más que cobardía disfrazada y falta de confianza en Dios. Basta ya de equilibrios inestables, de querer jugar con dos barajas. ¡Basta ya de tibieza! De esa tibieza que da asco y provoca en Dios el ser escupidos, vomitados de su boca. Solo si los fieles ven a sus pastores dejarse la vida gritando la verdad; sólo si los ven morir extenuados peleando contra los lobos, sólo entonces es posible que recuperéis el crédito que tan alegremente habéis perdido. Y entonces, posiblemente entonces, aún podamos estar a tiempo.

Alejandro Vidal

1 comentario:

  1. Como católico indignado con muchas cosas (y con muchos obispos) sólo puedo decir que ojalá los obispos lean el blog de D. José Gil Llorca.

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