Quienes defienden a un toro y se oponen al maltrato animal,
no tienen inconveniente en apedrear a quienes lo están maltratando. Es decir,
defienden al animal del maltrato maltratando a otro animal, en este caso, de la
misma especie. Es decir, una grave contradicción. Sería como defender a los
pollos para que no salgan en una fuente a la mesa del comedor mientras practican
el canibalismo.
Los animalistas dicen: “Lancear a un toro es una salvajada
propia de la incultura, del fanatismo y de la barbarie de gente”. Y si se les
responde que nadie les obliga a ellos a hacerlo y que dejen a los demás decidir
sobre sus tradiciones, responderán que no se puede tolerar y que se tiene que
prohibir porque nada justifica ese maltrato. Pero entonces, ¿por qué no
argumentar así con respecto a los niños que sufren el aborto? No se puede
consentir que un toro de 600 kilos sea lanceado pero sí que un niño indefenso
de 600 gramos sea troceado por un bisturí. Hay que escuchar el clamor de mil
personas que se oponen a la muerte de un toro en Tordesillas pero el clamor de
cientos de miles de personas varias veces al año oponiéndose a la tortura y
muerte de más de 120 mil abortos cada año no merece que sea escuchado.
Mientras los animalistas no tengan más sensibilidad por los
animales de la misma especie o al menos la misma no serán más que unos hipócritas
incoherentes.
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